Mientras los ingleses cuestionan a Shakespeare aquí empiezan las dudas sobre Cervantes.
En mi hemeroteca de revistas ludolingüísticas destaca una cabecera de nombre impagable: William Cervantes. Veo que ya no se publica, pero hace años formaba parte de la flotilla de revistas de crucigramas que edita en Madrid Ediciones Zugarto, cuyo buque insignia -el popular semanario Cábala- capitanea aún un ejército de publicaciones especializadas en autodefinidos (Orión), problemas de lógica (Logic), cruzadas (Tris Tras), sopas de letras (Sopilandia) y así hasta los más de dos millones de ejemplares anuales en español, portugués y francés. William Cervantes era mensual, y su especialidad los crucigramas bilingües. Las palabras en inglés de las horizontales se cruzaban con palabras españolas definidas en verticales. Este, digamos, hecho diferencial comportaba que en portada también constara su precio en dólares para el mercado de Puerto Rico. No sé qué pasó con tal hermafrodita verbal, pero de seguir aún en el mercado estos días hubiera recibido un golpe onomástico. Como ya deben haber oído o leído, una nueva teoría cuestiona a William Shakespeare como autor de las obras que le han transformado en un autor canónico. Esta vez los tiros de gracia no apuntan ni a Marlowe ni a Bacon, sino a un político y diplomático llamado sir Henry Neville. El libro -The Truth Will Out, de Brenda James y William Rubinstein- saldrá el próximo 25 de octubre. Los avances editoriales destacan la tesis de fondo: Neville era miembro de los Plantagenet, la dinastía competidora, y no podía firmar obras como Ricardo II en la que se habla de la deposición del monarca. Veremos.
La autoría de las obras de Shakespeare siempre ha sido motivo de disputa, pero también el origen de Cervantes es un misterio. Su supuesto nacimiento en Alcalá de Henares jamás ha sido probado y en su biografía hay más incógnitas que certezas. Sin ir más lejos, la primera edición del Quijote nunca ha aparecido y la celebración del cuarto centenario se fundamenta en un mero supuesto. Por todo ello, el filólogo e investigador Jordi Bilbeny anda empeñado en demostrar una tesis que repateará los higadillos del nacionalismo español: que Miguel de Cervantes en realidad no escribía en castellano. Sabido es que el texto original del Quijote está plagado de catalanadas. Sin ir más lejos, la palabra que da nombre al ingenioso hidalgo proviene del vocablo catalán cuixot. Búsquenlo en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua y lo verán. Bilbeny, que anda enfrascado en una tesis doctoral sobre la censura política en los libros de historia de América, es amante de cuestionar las verdades establecidas. Mañana mismo, glorioso día de la Hispanidad, pueden oirle conferenciar en la Sala Abat Sant Just de Ripoll sobre "La falsificació de la descoberta catalana d'Amèrica". De momento, sus investigaciones sobre Cervantes le han llevado hasta el súbdito de la corona de Aragón Miquel Servent. Veremos.
De modo que si Ediciones Zugarto se planteara volver a editar su mítica revista William Cervantes tal vez debería modificar la cabecera para adecuarla a los últimos descubrimientos. Aunque una hipotética revista de crucigramas llamada Henry Servent podría mantener las deficiones en inglés en horizontales, pero para las verticales debería usar, ay, el catalán.